martes, 26 de febrero de 2019

Las confesiones de Pinocho



  
I

Ha crecido mi nariz más de la cuenta.
Será
por quebrar cada día un espejo distinto,
por dejar de hacer las cosas de siempre.



  
II

Mi sentido común, ajeno
a las famosas prédicas de la pasión y la noche.

Soy un muñeco de madera y con eso
me basta. Tengo nariz,
respiro más de veinticuatro horas
soy mentiroso.

La cotidiana ironía de los tiempos modernos,
la encorvada belleza, forman
mis miembros que ni los días
ni las risas desgastan.

No necesito tomar distancia
porque no tengo sangre.



III


No más la perfecta copia de la apariencia.

Quienes creyeron en mi nariz
y desearon verla como trofeo de caza
colgar de sus paredes, nunca
creerán que un muñeco no es algo digno
de ser multiplicado.

Doy vuelta el espejo. Ahora
es imposible que me llamen mentiroso.




IV


Di vuelta el espejo,
mi cabeza quedó
afuera del mundo.




V

Las prédicas de la pasión,
la tersa sintaxis y la exquisita ceguera
del que viajó y del que narró los viajes,
son ajenas a mí como ajena es la luna
al obelisco, de indiscutible altura.

Las cuestiones del ser,
la ópera de preguntas que un antiguo príncipe
de carne y huesos pálido revelara,
son ajenas a mí como ajena es la luna
al obelisco, de indiscutible altura.

Me ha crecido la nariz más de la cuenta.
De preferencias me abstengo.
Pero las mesas y sillas de excelente madera,
y obviamente la risa, por asuntos de piel,
me conservan calmo en cada hora del día.



VI

La presentía lejos, escondida.
Pero por fin llegué, una mañana,
a la ciudad donde los carne y huesos
se vuelven reales al respirar
oro de sus bolsillos.
Al dormirse la tarde
me extravié.
Planté mis monedas –alimento-
en un bosque vecino.
Esperé (la noche fuera del hada)
y nacieron flores de enmascarados
pétalos.



VII


Me asusté.
                        Por la mañana,
después de abrir los ojos como pude,
vi una cabeza de niño que dormía
delante de mi cama.

Después de abrir la puerta como pude
caminé.
               En la plaza
vi una madre sosteniendo una cabeza de niña,
vi un cuerpo de niña corriendo hacia mi casa.

Al regresar, el cuerpo
de niña acariciaba la cabeza de niño.
Una astilla crujió en mi frente
cuando poco después
entró la madre y como pude
soporté sus lágrimas y sus besos.

Jamás en la leyenda había
temblado tanto.



VIII


En el parque se divierten viejos y niños
mientras me miran pasar,
mientras me miran sin advertir
una presencia seria.

Han caído los días en que hacía reír
como cae la lluvia en manos de madera,
como cae un telón.
                                   Ahora,
nada me otorga sitio en la leyenda.
Represento la hoja que no se desgasta
porque nadie la toca.


  
IX

Soy
aunque nadie lo sabe
y a todos les importo.
En mi cuerpo no cabe precisamente
el alma.
Mi casa es de carne;
mi habitación, de hueso.
En realidad, no estaba en casa
cuando sucedió.
Vinieron a visitarme. Dormía.
Me enseñaron una a una las letras
y después las palabras.
Con rostro de muñeco
comencé a caminar.
Al despertar
caminaba,
                    improvisaba
mis pasos en el sitio donde todos los fríos
significan invierno.
No es de extrañar
la mirada de aquellos que imaginaron verme,
la incontenible nariz.
Sé que un lugar persigue mis pasos.
Si escucharan el mar, comprenderían
las leyendas que engendro.
Me parezco a la sombra,
pero soy verdaderamente oscuro.




X


Mis amigos animados no detestan la luz.
Durante el día, hablan,
pasean sus colores por diferentes
climas, no simulan sus gracias.

Pero es en la noche, después de haberse
agotado la historieta,
cuando culminan sus rasgos. Aparecen.
No se resignan tan fácilmente a dormir.