domingo, 16 de junio de 2019

“¡Vamos a tocar el corazón de Pinocho!”,
dijeron los niños
en la plaza y corrieron
envueltos por la luz de la tarde
hacia el mural detrás de las hamacas.

Los vi acercarse a la pared,
apoyar sus manos en el cemento pintado
imantados los cuerpos y las risas.

En ese momento, el corazón del mundo
era un amasijo inextricable
de cables, sustancias ígneas y ríos
de lágrima y cal...

“¡Ahora toquemos sus orejas de burro!”,
y volvieron a repetir el rito
de levantar la tierra con los pies
hasta soltar sus huellas en el muro.

Después, el viento se llevó sus voces
y el corazón en la pared volvió a ser
una imagen solitaria
cerca de otra en la que un carpintero
ilumina el vientre de la ballena...

Apenas un gesto, figuras que se componen al sol,
una brisa en la sangre,
un instante en el embarcadero del sueño
para despertar al poema.





viernes, 14 de junio de 2019

Soliloquio en el ómnibus
a las 6.30 de la mañana:
una mujer habla por teléfono
pero parece que hablara sola,
su voz ocupa
el lugar de un exacto vacío:
“recién ahora el auto
está en condiciones de salir...”.
Su interlocutor es alguien cuya película
transcurre en otro paisaje, entre otras caras.
Una única música: el zumbido
del motor, avances y retrocesos
chirridos. A esta hora
las ventanillas cerradas
no alcanzan a contener el somnoliento murmullo
ni  el bullicio del tránsito.
Qué te queda sino atender
a la música oculta, la que inunda
cada rincón de tu cuerpo
como ese río que ahora mirás,
abierto brazo de venas plateadas
donde estalla el amanecer...

martes, 26 de febrero de 2019

Las confesiones de Pinocho



  
I

Ha crecido mi nariz más de la cuenta.
Será
por quebrar cada día un espejo distinto,
por dejar de hacer las cosas de siempre.



  
II

Mi sentido común, ajeno
a las famosas prédicas de la pasión y la noche.

Soy un muñeco de madera y con eso
me basta. Tengo nariz,
respiro más de veinticuatro horas
soy mentiroso.

La cotidiana ironía de los tiempos modernos,
la encorvada belleza, forman
mis miembros que ni los días
ni las risas desgastan.

No necesito tomar distancia
porque no tengo sangre.



III


No más la perfecta copia de la apariencia.

Quienes creyeron en mi nariz
y desearon verla como trofeo de caza
colgar de sus paredes, nunca
creerán que un muñeco no es algo digno
de ser multiplicado.

Doy vuelta el espejo. Ahora
es imposible que me llamen mentiroso.




IV


Di vuelta el espejo,
mi cabeza quedó
afuera del mundo.




V

Las prédicas de la pasión,
la tersa sintaxis y la exquisita ceguera
del que viajó y del que narró los viajes,
son ajenas a mí como ajena es la luna
al obelisco, de indiscutible altura.

Las cuestiones del ser,
la ópera de preguntas que un antiguo príncipe
de carne y huesos pálido revelara,
son ajenas a mí como ajena es la luna
al obelisco, de indiscutible altura.

Me ha crecido la nariz más de la cuenta.
De preferencias me abstengo.
Pero las mesas y sillas de excelente madera,
y obviamente la risa, por asuntos de piel,
me conservan calmo en cada hora del día.



VI

La presentía lejos, escondida.
Pero por fin llegué, una mañana,
a la ciudad donde los carne y huesos
se vuelven reales al respirar
oro de sus bolsillos.
Al dormirse la tarde
me extravié.
Planté mis monedas –alimento-
en un bosque vecino.
Esperé (la noche fuera del hada)
y nacieron flores de enmascarados
pétalos.



VII


Me asusté.
                        Por la mañana,
después de abrir los ojos como pude,
vi una cabeza de niño que dormía
delante de mi cama.

Después de abrir la puerta como pude
caminé.
               En la plaza
vi una madre sosteniendo una cabeza de niña,
vi un cuerpo de niña corriendo hacia mi casa.

Al regresar, el cuerpo
de niña acariciaba la cabeza de niño.
Una astilla crujió en mi frente
cuando poco después
entró la madre y como pude
soporté sus lágrimas y sus besos.

Jamás en la leyenda había
temblado tanto.



VIII


En el parque se divierten viejos y niños
mientras me miran pasar,
mientras me miran sin advertir
una presencia seria.

Han caído los días en que hacía reír
como cae la lluvia en manos de madera,
como cae un telón.
                                   Ahora,
nada me otorga sitio en la leyenda.
Represento la hoja que no se desgasta
porque nadie la toca.


  
IX

Soy
aunque nadie lo sabe
y a todos les importo.
En mi cuerpo no cabe precisamente
el alma.
Mi casa es de carne;
mi habitación, de hueso.
En realidad, no estaba en casa
cuando sucedió.
Vinieron a visitarme. Dormía.
Me enseñaron una a una las letras
y después las palabras.
Con rostro de muñeco
comencé a caminar.
Al despertar
caminaba,
                    improvisaba
mis pasos en el sitio donde todos los fríos
significan invierno.
No es de extrañar
la mirada de aquellos que imaginaron verme,
la incontenible nariz.
Sé que un lugar persigue mis pasos.
Si escucharan el mar, comprenderían
las leyendas que engendro.
Me parezco a la sombra,
pero soy verdaderamente oscuro.




X


Mis amigos animados no detestan la luz.
Durante el día, hablan,
pasean sus colores por diferentes
climas, no simulan sus gracias.

Pero es en la noche, después de haberse
agotado la historieta,
cuando culminan sus rasgos. Aparecen.
No se resignan tan fácilmente a dormir.




martes, 30 de enero de 2018

Cuatro poemas en bicicleta

El humo de marihuana sale dulce y se va soltando
del auto blanco estacionado
en la esquina.
Paso cerca pedaleando
lento
el sol de esta mañana, una invitación
al arranque y a sostener,
cada uno como pueda, el ensueño
de ser carnales y estar vivos.

Los caminos están frescos. Nadie
los preparó durante la noche
pero en algún momento del día
empezamos a andarlos. El auto
blanco me pasa, dobla y se pierde
en la avenida donde rompen los rayos...
No tengo apuro, ya dejé
a mi hijo en la escuela
y ahora montado en mi bicicleta roja
me dejo ir y miro un matecito
asomarse desde la puerta
de una casa que se abre a la mezclada brisa
del mundo.




 ***

Despertar y ver los rayos
y pedalear,
pedalear y pedalear
con un
    silbo en los oídos,
con una
        pequeña insatisfacción
haciéndose en el lugar de los labios.
Andar y ver la calle
y la mirada del hombre que hurga la vereda
en chancletas
y  la chica que sale a recorrer la mañana
con musculosa y una estrella
tatuada en el omóplato. Mañana
que no esconde el ansia de vivir,
el rumbo y la deriva de los pasos,
la potencia de la entrañable búsqueda
por hacer más humana esta porción de tierra.
Parsimoniosa,  una mujer en bata riega
indiferente al apuro
de los que rugen, puntuales, con sus autos.
   


 ***

Vamos en bicicleta
a la escuela.

Vos con tu mochila,
yo con mi maraña
de pelo y de preguntas.

Vos con tu risa
medio dormida,
hablándole a mi risa
para que salga de la cueva.

El pez de un hada
te despabila.

Vamos y la mañana
gira de nuestro lado.

Si hace frío, entibia
sentir la rueda de tu crecimiento
cerca.



 ***

Una remera hecha un bollo
en el medio de la calle,
el dibujo de un niño
tirado en la vereda.

El día lentamente nos marca
con claridades y penumbras
a desovillar.
Una mancha de sol
se cuela entre los pasos y el ruido
de motores...

La convicción del mundo
y el enamoramiento de lo que late
en el despegue de esa paloma gris
con la ramita en el pico,
en el empuje del hombre que entierra
la pala en la montañita de arena.

Un hilo hecho de sudor y de néctar
sale de unos ojos
y se reanima en otros.

La remera y el dibujo recuperan
su diálogo interrumpido.


martes, 11 de julio de 2017

El paisaje de la calle
relampaguea desde ventanillas

un caos de subidas y bajadas,
distorsión, boletos
de no saber adónde,
pasos que no saben si eligen, ires
removiendo el pulso de los árboles

y en una curva del silencio, tus manos
acercan las uvas
que no queremos dejar de compartir
y la cosecha de dulzura asoma
en medio del cemento y los papeles apurados
sin ajetreos que la distraigan



lunes, 10 de julio de 2017

Los teros en la noche
en el momento en que pienso
que el poema,
lo que sea que llamemos poema,
ya no vuelva, o se resista a llegar.

Los teros en la noche como una confirmación
de lo que va, corre
hacia un lugar insospechado,
intocado por la marea de sueños,
tierra de surcos que se abren
adentro de otros surcos.

La oscuridad plasma su llegada áspera
a través de esos picos sin dulzura,
como diciéndonos que ninguna corrección política
la hará callar, claudicar de sus instintos,
levantamiento y abrigo
de lo que rompe hileras en la tierra.

La sensación al escucharlos
es la de un chispazo que irrumpe, un chorro
de agua fría que deja
al silencio más candente y arrojado,
menos previsible.

Los teros en la noche,
ese vuelo, ese canto quiero,
ese derramamiento de sílabas que atraviesa
una página de aire
y que no alcanza a componer melodías,
sólo a fraguar
en el oído el trampolín,
el enamorado impulso de hacerlas.


Con el cuaderno en la mesa
me demoro en el hilo que desenredamos

mientras un alboroto de pájaros de Tilcara
suena adentro de este silencio
en el que estás, en el que vamos
haciendo una palabra
murmurada entre los dos.