“¡Vamos a
tocar el corazón de Pinocho!”,
dijeron los
niños
en la plaza y
corrieron
envueltos por
la luz de la tarde
hacia el mural
detrás de las hamacas.
Los vi
acercarse a la pared,
apoyar sus
manos en el cemento pintado
imantados los
cuerpos y las risas.
En ese
momento, el corazón del mundo
era un amasijo
inextricable
de cables,
sustancias ígneas y ríos
de lágrima y
cal...
“¡Ahora
toquemos sus orejas de burro!”,
y volvieron a
repetir el rito
de levantar la
tierra con los pies
hasta soltar
sus huellas en el muro.
Después, el
viento se llevó sus voces
y el corazón
en la pared volvió a ser
una imagen
solitaria
cerca de otra
en la que un carpintero
ilumina el
vientre de la ballena...
Apenas un
gesto, figuras que se componen al sol,
una brisa en
la sangre,
un instante en
el embarcadero del sueño
para despertar
al poema.
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