Trozos de cornamenta
reclaman el borde más afilado del peine;
una bola de pelusas
juega con la atención de la escoba;
bajo la cama, no lejos del gentil colchón,
un esqueleto de cucaracha
y un caramelo de menta
que no se disolverá en la boca.
Hay un barniz resistente:
un eco de tu respiración amoldado
a los objetos del cuarto, transforma
el detergente en licor.
Esta limpieza
fracasará si tu nombre permanece
agazapado en un rincón de mi colcha.
(Fronda)
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