martes, 11 de julio de 2017

El paisaje de la calle
relampaguea desde ventanillas

un caos de subidas y bajadas,
distorsión, boletos
de no saber adónde,
pasos que no saben si eligen, ires
removiendo el pulso de los árboles

y en una curva del silencio, tus manos
acercan las uvas
que no queremos dejar de compartir
y la cosecha de dulzura asoma
en medio del cemento y los papeles apurados
sin ajetreos que la distraigan



lunes, 10 de julio de 2017

Los teros en la noche
en el momento en que pienso
que el poema,
lo que sea que llamemos poema,
ya no vuelva, o se resista a llegar.

Los teros en la noche como una confirmación
de lo que va, corre
hacia un lugar insospechado,
intocado por la marea de sueños,
tierra de surcos que se abren
adentro de otros surcos.

La oscuridad plasma su llegada áspera
a través de esos picos sin dulzura,
como diciéndonos que ninguna corrección política
la hará callar, claudicar de sus instintos,
levantamiento y abrigo
de lo que rompe hileras en la tierra.

La sensación al escucharlos
es la de un chispazo que irrumpe, un chorro
de agua fría que deja
al silencio más candente y arrojado,
menos previsible.

Los teros en la noche,
ese vuelo, ese canto quiero,
ese derramamiento de sílabas que atraviesa
una página de aire
y que no alcanza a componer melodías,
sólo a fraguar
en el oído el trampolín,
el enamorado impulso de hacerlas.


Con el cuaderno en la mesa
me demoro en el hilo que desenredamos

mientras un alboroto de pájaros de Tilcara
suena adentro de este silencio
en el que estás, en el que vamos
haciendo una palabra
murmurada entre los dos.


Me pediste que te abrazara fuerte
esa noche
y te envolví con mis brazos
con toda la fuerza que pude.
Y, aunque sabemos que el abrazo
siempre pide más
-adentrarse en la mañana,
respirar la tarde
y la luna de otra noche-
pudimos escuchar el viento
en nuestras ramas
y hacer que nuestras hojas se rozaran
mezclándose
en la intensidad del beso


Cierro los ojos junto al río
me dejo ir mezclar en ese río
de ojos abiertos
de suelto murmullo de cercanía remota

La piedra la orilla de piel, el eco
del caballo que se refleja,
la voz abriéndose a las voces
que me salpican tanto como el agua:
voces de niños que se tiran a la ollita
madres y abuelas que buscan donde
recostar el tronco de sus dulzuras y extender
sus raíces inquietas, parlanchinas
como la cascada que las adentra

La tarde es un tiempo suspendido
entre las nubes y el sol que encuentra
una fisura donde colar sus migas
y es una caída lenta, un abismo vaciado
de la histeria que pesa en el zapato de las ciudades,
cada gota de lo humano
cada pliegue, cada surco del oído


El invierno quema
de alegrías
de carencias.

El caracol dejó su huella en la frazada roja.

El invierno transparenta
un ansia de vida
     insofrenable